junio 12, 2005


COSAS QUE NO SABES

El Axópalo


Joya de abominable brillo, el Axópalo perteneció al sultán chipriota Ninnh Uparm y a sepa dios cuántos pillos que se la arrebataban y huían tras superar multitudinarios batallas que esparcieron la guerra a inesperadas lejanías. Según se cree, es del tamaño de una nuez. Mr Phuy logró hebrar a punto y cruz una sola versión del Axópalo. Docenas de testimonios, apreciaciones y fanfarronerías que los relatores han puesto en boca de náufragos, sobrevivientes y mutilados de cualquier origen.

Entiéndase que el Axópalo es una herradura de plata. Más en detalle, pero corriendo los riesgos del encantamiento y la exageración, se trata de una hoz de plata bruñida con delgadas luces de galena, que enmarca a una pareja de criaturas marinas (quizá delfines) arqueadas una en pos de la otra. Éstas, de origen distinto. La mayor, de inequívocos rasgos tibetanos, está hecha de elbaíta. La otra se supone liviana y frágil —versiones hay de que esta pieza no existe más y se le ha sustituido con un espejo de obsidiana—, un formidable cuarzo de Gwindel con minúsculas incrustaciones de circón, cerusita y ágata, que sólo pudo concebirse en la clandestinidad de los laboratorios de alquimia trasalpinos. En su evocativo conjunto —arácnido a la sombra; traslúcido, erótico a la luz— el Axópalo sume a quien lo ve en un intríngulis de confusión, rabia lejana, asombros casi volcánicos.

En terrenos muchos menos tangibles, quizá —sólo quizá, porque no me voy de bruces con alucinaciones de vikingo— el Axópalo estimula la generosidad carnal, hace el sueño ligero, libera la comunicación, ventila el alma, disipa los adeudos, lubrica la penetración, brinda balance... Y no podemos hablar del Axópalo sin detenernos en cinco excéntricidades atribuidas por testigos venidos de Bombay, Veracruz, Boston y la gran Copenhage, en forma coincidente.

i) Colocada en la proa, durante el solsticio, transmite un halo de bienestar a los cefalópodos marinos que desde la Antigüedad han complicado la vida a los navegantes —beneficio notable con el tosudo calamar Loligo pealei de Cape Cod, reacio a otorgar concesiones—. A cambio de tal placer, los moluscos no sólo dejan de molestar al navío en las labores de anclaje sino que, mediante simpáticos guiños, ponen a su disposición prehistóricas nociones del espacio que sirven para orientar los timones.

ii) A cierta profundidad en mar abierto —entre los quince y los dieciocho metros bajo la superficie, a contraluz, clavada la tarde, donde el verde es primoroso, oscuro, verde casi negro— una mirada al Axópalo brinda un último y definitivo torrente de vida a los náufragos, aunque también los deja infértiles.

iii) Su poseedor logra una paz interior suficiente para ser proclamado Emperador de Vinlandia, sin aguardar a que se establezca imperio alguno allá y sólo en caso de que exista Vinlandia.

iv) Su tenedor —que no es necesariamente el mismo individuo— adquiere habilidades de telepatía con los servicios de inteligencia de la China socialista.

v) Y puesto en el jardín, hablando de botánica, el Axópalo produce una exhalación blancuzca en las hojas del avellano —un borbotón divino, un poderoso eructo— que alivia el frenesí de los parásitos que minan su nervadura. En minutos, desbandada de bichos abandona sus galerías en prodigiosa migración.

En cualquier caso, recompensas no muy claras.



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mr_phuy@mail.com

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